Después de Ocobamba
El repudiable ataque a la comisaría de Ocobamba escapa al patrón de choques de baja intensidad que han estado enfrentando, de tanto en tanto, a fuerzas del orden y bandas narcoterroristas en las zonas cocaleras del Huallaga y de los Valles del ríos Apurímac y Ene (Vrae), o en sus inmediaciones.
Esta vez, sin embargo, el criminal asalto al puesto policial ha contado con una planificación, equipamiento y dimensión que no se veían desde los peores momentos de la guerra antisubversiva.
Según las primeras versiones de testigos, el destacamento –al mando del teniente PNP Héctor Zegarra quien perdió la vida heroicamente- intentó repeler a un auténtico escuadrón de más de 50 forajidos, provistos de armas de largo alcance, radiotransmisores con los coordinaban un calculado cerco y cohetes Instalazza que terminaron destruyendo la sede policial. Hasta llamaron a los policías por sus nombres para que se rindan.
De momento se especula que este operativo del narcoterror buscaba recuperar poco más de 80 kg. de PBC que habían sido incautados en días pasados.
Todavía parece muy poca droga para un desplazamiento armado de tanta envergadura, incluso si el objetivo de estos delincuentes fue únicamente el de la represalia.
Alguna información –que deberá ser aclarada a través de las investigaciones- ha especulado con el dato de que en realidad se decomisó mucho más pero se declaró bastante menos.
Lo ocurrido en la apurimeña Ocobamba es un síntoma alarmante de las complejas relaciones que se vienen entretejiendo entre narcotráfico, remanentes senderistas y población cocalera.
A primera vista, son los traficantes de drogas quienes ahora mandan e imponen su lógica delictiva –gracias a los millones que obtienen de su ilícito negocio- en las zonas cocaleras, mientras que los resabios del terrorismo senderista duro (SL-Proseguir) juegan un papel de comparsa mercenaria en su afán desesperado de sobrevivir como seudo organización política.
No parece hasta ahora un senderismo capaz de sobrevivir más allá de esta condición de apéndice bandolero pero con capacidad de dotar al narcotráfico de algunos cuadros disciplinados y entrenados para incursiones como la realizada esta semana.
Más que un rebrote de SL, lo de Ocobamba asoma como el surgimiento de una escala mayor del tráfico de drogas que comienza a parecerse más y más al nacimiento de auténticos carteles nacionales del crimen organizado.
Sin acciones prontas y firmes, el narcoterrorismo seguirá creciendo y multiplicándose. Y para eso se requiere inteligencia, más recursos, una estrategia clara y decisión política.
Hay suficiente experiencia acumulada además para derrotar sin mayores contratiempos a esta amenaza. Estamos a tiempo todavía.
El repudiable ataque a la comisaría de Ocobamba escapa al patrón de choques de baja intensidad que han estado enfrentando, de tanto en tanto, a fuerzas del orden y bandas narcoterroristas en las zonas cocaleras del Huallaga y de los Valles del ríos Apurímac y Ene (Vrae), o en sus inmediaciones.
Esta vez, sin embargo, el criminal asalto al puesto policial ha contado con una planificación, equipamiento y dimensión que no se veían desde los peores momentos de la guerra antisubversiva.
Según las primeras versiones de testigos, el destacamento –al mando del teniente PNP Héctor Zegarra quien perdió la vida heroicamente- intentó repeler a un auténtico escuadrón de más de 50 forajidos, provistos de armas de largo alcance, radiotransmisores con los coordinaban un calculado cerco y cohetes Instalazza que terminaron destruyendo la sede policial. Hasta llamaron a los policías por sus nombres para que se rindan.
De momento se especula que este operativo del narcoterror buscaba recuperar poco más de 80 kg. de PBC que habían sido incautados en días pasados.
Todavía parece muy poca droga para un desplazamiento armado de tanta envergadura, incluso si el objetivo de estos delincuentes fue únicamente el de la represalia.
Alguna información –que deberá ser aclarada a través de las investigaciones- ha especulado con el dato de que en realidad se decomisó mucho más pero se declaró bastante menos.
Lo ocurrido en la apurimeña Ocobamba es un síntoma alarmante de las complejas relaciones que se vienen entretejiendo entre narcotráfico, remanentes senderistas y población cocalera.
A primera vista, son los traficantes de drogas quienes ahora mandan e imponen su lógica delictiva –gracias a los millones que obtienen de su ilícito negocio- en las zonas cocaleras, mientras que los resabios del terrorismo senderista duro (SL-Proseguir) juegan un papel de comparsa mercenaria en su afán desesperado de sobrevivir como seudo organización política.
No parece hasta ahora un senderismo capaz de sobrevivir más allá de esta condición de apéndice bandolero pero con capacidad de dotar al narcotráfico de algunos cuadros disciplinados y entrenados para incursiones como la realizada esta semana.
Más que un rebrote de SL, lo de Ocobamba asoma como el surgimiento de una escala mayor del tráfico de drogas que comienza a parecerse más y más al nacimiento de auténticos carteles nacionales del crimen organizado.
Sin acciones prontas y firmes, el narcoterrorismo seguirá creciendo y multiplicándose. Y para eso se requiere inteligencia, más recursos, una estrategia clara y decisión política.
Hay suficiente experiencia acumulada además para derrotar sin mayores contratiempos a esta amenaza. Estamos a tiempo todavía.
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