(Textos y fotos: Iván García Mayer)
Playa Jahuay, poco antes de llegar a Chincha. La Panamericana Sur quedó, en distintos tramos, gravemente dañada. Grietas como éstas serpentean a lo largo de toda la ruta. Colas interminables para llegar a Pisco e Ica. El tránsito es ahora fluido gracias a trabajos de emergencia, pero repararla en serio va a costar y tardar.
San Andrés, caleta de pescadores. Cuatro días después del sismo, los estragos del maretazo casi convirtieron al poblado en un cementerio marino. Puerta de una casa con algas marinas que dan una idea hasta dónde llegó el nivel de las aguas.
San Andrés: tibia luz para secarse de la inundación y del miedo. Muchas viviendas quedaron inhabitables. Humildes salas se improvisaron en las calles. ¿Cómo pescar ahora esperanza?
Botes varados tierra adentro en San Andrés. Las calles de la caleta se convirtieron en un inverosímil y siniestro embarcadero de naufragios.
Pisco, domingo 19 de agosto. Huellas implacables de la destrucción. Bajo los escombros aún hay cadáveres. Polvo de muerte por todas partes. Aire irrespirable. La desolación corre en todas direcciones.
Pisqueños en el desamparo. La vida en la calle. Poco se pudo salvar de aplastantes toneladas. Y lo poco quedó en pie no sólo es inhabitable sino también segura trampa para llevarse más vidas. Sólo queda dormir bajo un cielo sin estrellas.
El búlevar de Pisco que desembocaba en la Plaza de Armas. No quedó casi nada. Un paraje que parece nacido de un bombardeo. Un extraño y terrible silencio aún se escuchaba.