La procesión va por dentro
Si las últimas encuestas han tomado más o menos bien el pulso ciudadano del momento, como que hay, al cabo de quince meses, un desencanto creciente con la gestión del gobierno.
Los trabajos de campo de las Universidades de Lima y Católica (octubre 2007) han medido opinión sólo en la capital que ha sido, desde las elecciones de 2006, la plaza más fuerte del oficialismo pero en donde, esta vez, las cifras rodaron cuesta abajo después del repunte en la aprobación post terremoto.
No obstante el carácter relativo de las estadísticas –sobre todo cuando de medir el volátil y mudable humor ciudadano se trata-, lo más probable es que un sondeo nacional en esta coyuntura encuentre, acaso, porcentajes más severos a los vistos hasta ahora.
Más allá de la llamada “inflación importada” –aquella que ha empujado hacia arriba el precio de algunos pocos bienes de la canasta básica-, la economía mantiene su ritmo de bonanza a toda máquina.
Tampoco es que la caída del tipo de cambio haya tenido impactos negativos en las precarias economías populares, es decir, en aquellos sectores que las encuestas denominan D y E y en los cuales, precisamente, la desaprobación hacia la actual administración es cada vez mayor.
Guardando las obvias distancias, cuando un poco (o mucho) de esto le comenzó a ocurrir al régimen anterior, éste también pensó –hasta la necedad- que todo no pasaba de una cuestión pasajera. Debido a esa falta de enganche con la realidad, más de una sombra acechó la gobernabilidad entonces.
¿Qué explica la marea de desencanto de esta época?
La inflación en unos cuantos productos de primera necesidad no es suficiente para explicar la situación. Pero sí puede haber gatillado la sensación de que la economía está yendo estupendamente para unos cuantos, pero no para las mayorías más empobrecidas.
O sea la mezcla de macroeconomía exitosa y pobreza casi inmutable provoca un punto de quiebre entre gobernantes y gobernados.
El reloj del éxito económico no es el mismo, en este caso, que el reloj de las inmensas necesidades básicas insatisfechas.
Para enfrentar tiempos tan disímiles era y es urgente contar con programas sociales eficaces y para esto –y mucho más- es imprescindible una reforma en serio del Estado.
Dicho de otro modo: comenzar a redistribuir la riqueza con eficiencia y transparencia, más en un momento en el que se percibe abundancia.
Caso contrario, la procesión seguirá yendo por dentro. Por dentro de estómagos vacíos que también mandan en las encuestas y en las urnas.
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