6.9.08

Agujero negro

La última encuesta pre primavera del Grupo de Opinión Pública (GOP) de la Universidad de Lima confirma el descrédito invernal en el que está sumergida la clase política.
Uno tras otro, los sondeos vienen registrando un pulso ciudadano cada más aprensivo, impaciente y desapegado con relación a sus gobernantes y representantes.
Con la excepción –hasta ahora- del alcalde limeño Luis Castañeda, casi nadie se salva de ese extendido humor de rechazo y desconfianza creciente hacia todo lo que huela, asome o sepa a la política de estos días.
No es, en realidad, un capítulo inédito o nuevo en la historia de los ánimos colectivos nacionales.
Bastante de este talante anti política tradicional –hoy definido en muchos casos como antisistema-, marcó la suerte de las elecciones de 1990 que le abrieron la puerta de par en par a toda una década de corrupción fujimorista.
Entonces, el hartazgo venía avivado por esa mezcla explosiva que compusieron terrorismo demencial y descalabro económico.
Lo curioso pero no menos preocupante en esta época es que ese par de caballos apocalípticos están esfumados hace rato de la preocupación pública.
Por el contrario, desde hace más de un lustro el país está conociendo sorprendentes resultados económicos –como hace décadas no se registraban-, pero las frustraciones comienzan a inflarse otra vez como peligrosa levadura.
Y es que las mayorías pobres ven bonanza aquí y allá, todos los días, pero sienten que les toca poco o casi nada.
Sin duda, existen recursos abundantes en todos los niveles de gobierno –nacional, regional o local-, pero la estructura actual del Estado conspira diariamente para redistribuirlos eficiente y oportunamente.
Por cierto, muchos de los funcionarios a cargo de su administración no pasan del ábaco, especialmente en regiones y municipios.
Buena parte de todo esto, puede estar explicando la persistente tendencia declinante en la aprobación presidencial que descubre la última medición del GOP: 24.6% vs. 71.6% de desaprobación en Lima.
En julio las cifras fueron 39.4% vs 54.1%. O sea una caída en la aprobación de casi 15 puntos.
Es cierto que las presiones inflacionarias del momento están erosionando el respaldo ciudadano, pero no alcanzan para entender el agujero negro que se está abriendo, otra vez, entre representados y representantes.
Ahí está el apoyo al Congreso en apenas 13.8%; y, también la opinión de que la administración de justicia en el último año sigue igual o ha empeorado con 87.8%; o que Keiko Fujimori, con 17.7%, esté segunda en la tabla de simpatías políticas. Y más.
Por esta ruta, el país puede en 2011 volver a dar un desesperado salto al vacío. Al hoyo.

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