Terremoto y tierra baldía
Cuatro días después del terremoto, el domingo 19 de agosto, Pisco era tierra de muerte. Y tierra muerta también. Desolación y devastación por doquier; pánico, miseria y desarraigo brutales a cada paso, en cada esquina, a la vuelta de cada escombro.
Ninguna imagen, ninguna crónica, ningún relato –incluido éste- pueden reemplazar la experiencia de haber estado en ese escenario de ruinas de espanto y polvo muerto danzando macabramente todavía en los aires pisqueños. Y San Andrés, la caleta de pescadores adyacente, era casi un cementerio marino después del maretazo que la inundó sin piedad.
Kilómetros previos adelantaban las secuelas del zarpazo telúrico: Cañete, Chincha, El Carmen, San Clemente. Y más al sur, hasta Ica cuando menos, más geografía asolada.
Hacia el Este, la destrucción alcanzó las alturas huancavelicanas.
Tal la vastedad y la magnitud de los estragos desatados después de los tres minutos terribles que siguieron a las 6:41 pm del 15 de agosto pasado.
Es decir, en un instante interminable, una gigantesca área en emergencia, infraestructura y servicios de todo tipo colapsados, más de 500 muertos y cientos de miles en el desamparo absoluto. Esta es, a grandes rasgos, la inmensidad y complejidad de la catástrofe.
En un país asediado por estrecheces económicas seculares, invertebrado aérea y vialmente, sin presupuesto en serio –desde siempre- para sostener un auténtico sistema de defensa civil y promover una cultura de prevención frente a desastres naturales, es decir, con un Estado precario casi hasta la médula- también desde siempre-, ¿se le podía exigir al gobierno, en tan poco tiempo, precisión de relojería suiza para desplegar ayuda y seguridad sobre ese enorme campo de tragedia?
Claro que no. Sin embargo, las críticas han estado a la orden del día y varias de ellas –no todas- han dejado el sabor a trastienda política antioficialista o a simple mezquindad de alma repleta de tierra baldía.
Pese a las múltiples carencias, el gobierno ha actuado, en lo fundamental, correctamente enfrentando esta situación terrible sin tregua ni pausa.
Lo mismo vale para la empresa privada, países y organismos extranjeros, ONG y ciudadanos de a pie de toda condición.
La reconstrucción del Sur Chico será larga por lo que sostener en el tiempo toda esta ayuda y solidaridad para quienes nada tienen ahora será el reto de los próximos meses.
Lo ocurrido debe, además, marcar el inicio en serio de una política y cultura de prevención. El Estado tiene la iniciativa y también los recursos que antes no tenía. Ya es hora.
Cuatro días después del terremoto, el domingo 19 de agosto, Pisco era tierra de muerte. Y tierra muerta también. Desolación y devastación por doquier; pánico, miseria y desarraigo brutales a cada paso, en cada esquina, a la vuelta de cada escombro.
Ninguna imagen, ninguna crónica, ningún relato –incluido éste- pueden reemplazar la experiencia de haber estado en ese escenario de ruinas de espanto y polvo muerto danzando macabramente todavía en los aires pisqueños. Y San Andrés, la caleta de pescadores adyacente, era casi un cementerio marino después del maretazo que la inundó sin piedad.
Kilómetros previos adelantaban las secuelas del zarpazo telúrico: Cañete, Chincha, El Carmen, San Clemente. Y más al sur, hasta Ica cuando menos, más geografía asolada.
Hacia el Este, la destrucción alcanzó las alturas huancavelicanas.
Tal la vastedad y la magnitud de los estragos desatados después de los tres minutos terribles que siguieron a las 6:41 pm del 15 de agosto pasado.
Es decir, en un instante interminable, una gigantesca área en emergencia, infraestructura y servicios de todo tipo colapsados, más de 500 muertos y cientos de miles en el desamparo absoluto. Esta es, a grandes rasgos, la inmensidad y complejidad de la catástrofe.
En un país asediado por estrecheces económicas seculares, invertebrado aérea y vialmente, sin presupuesto en serio –desde siempre- para sostener un auténtico sistema de defensa civil y promover una cultura de prevención frente a desastres naturales, es decir, con un Estado precario casi hasta la médula- también desde siempre-, ¿se le podía exigir al gobierno, en tan poco tiempo, precisión de relojería suiza para desplegar ayuda y seguridad sobre ese enorme campo de tragedia?
Claro que no. Sin embargo, las críticas han estado a la orden del día y varias de ellas –no todas- han dejado el sabor a trastienda política antioficialista o a simple mezquindad de alma repleta de tierra baldía.
Pese a las múltiples carencias, el gobierno ha actuado, en lo fundamental, correctamente enfrentando esta situación terrible sin tregua ni pausa.
Lo mismo vale para la empresa privada, países y organismos extranjeros, ONG y ciudadanos de a pie de toda condición.
La reconstrucción del Sur Chico será larga por lo que sostener en el tiempo toda esta ayuda y solidaridad para quienes nada tienen ahora será el reto de los próximos meses.
Lo ocurrido debe, además, marcar el inicio en serio de una política y cultura de prevención. El Estado tiene la iniciativa y también los recursos que antes no tenía. Ya es hora.
(Foto: Iván García Mayer)
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